Con botas, un jeans, una camiseta y su traje oficial de donde trabaja, María prepara su día con el mayor de los ánimos en salir adelante junto a su mamá. Desde muy temprano, ella se levanta para iniciar una nueva jornada laboral, que implica llevar el peso de todos sus sueños.
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Todas las mañanas, desde su casa, ubicada en el barrio San Esteban, Ciudad Arce, en San Salvador, María toma un microbús que le lleva hasta su lugar de trabajo. No es fácil, porque en sus manos, se encuentra la posibilidad de llevar sustento a su familia y asumir los gastos.
Sin embargo, para ella, no existen barreras sociales que la detengan. María trabaja como montacarga, un empleo que, para muchos, no es posible que sea realizado por una mujer. A pesar de lo que digan, con el tiempo, ha demostrado que los trabajos son para todos y que los estigmas los ponen las mismas personas.
«Yo aprendí cuando no había nadie para cubrir el puesto de otra. Así comencé y, aunque al inicio me costaba, con el tiempo se fue facilitando más», expresa.
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Admite que el trabajo es duro, y que no hay tanto descanso. Ella es la única mujer dentro del grupo, pero reconoce que todos le han aceptado y le tienen respeto por lo que realiza. Además, ha visto que realmente existe un grupo de apoyo entre todos, y que nadie ve de menos a nadie en sus capacidades.
Admiración a María
El asombro y admiración también se la ha ganado con el paso del tiempo. Ella nos comenta cómo es que se detienen las personas para mirar cómo desempeña su trabajo. Además, le han dicho que no habían visto a una mujer realizar dicha profesión; sin embargo, ella responde que es una labor que cualquier persona puede realizar.
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Ella sabe que, a pesar de que el cansancio se apodera de ella con cada final de jornada de trabajo, todo lo que realiza es para el sustento de sus hijos y que ellos valen más que todo el sudor derramado durante el día.
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