El ser humano es la especie dominante en el planeta Tierra. Entre todos los animales, el Homo sapiens, por el desarrollo evolutivo de su cerebro, se ha configurado como el más avanzado, inteligente, dotado de razón y moral. Sin embargo, esto no ha eximido que el mismo continúe con la caza de otras especies.
Por un lado, es innegable que es una práctica milenaria, y en la antigüedad era absolutamente necesaria. Hay imágenes rupestres que demuestran que era cosa común en nuestros ancestros, tanto en su etapa nómada, como en la sedentaria (la actual).
Sin embargo, en los tiempos de hoy, más voces han clamado compasión con los animales. La práctica del vegetarianismo, es decir, abstenerse de consumir carne de este tipo, está más extendida en el mundo, y la abanderan aquellos que piensan que la caza es una vulneración insensible a la existencia de otro ser vivo.
Y por supuesto, están los que piden que no se realice de forma indiscriminada y con especies en peligro de extinción.
El efecto Bambi
Se ha extendido una categoría para clasificar este aparente cambio de percepción de la caza de algo normal a práctica violenta, cruel e irrespetuosa con la biodiversidad, y es «el efecto Bambi». Sin embargo, esta percepción se restringe a los animales que pueden parecer estéticamente «bellos» o «tiernos», tal como el célebre personaje.
Tiene su origen, por supuesto, en el relato de Bambi, del escritor austriaco Felix Salten, adaptado varias veces al mundo cinematográfico, el cual versa sobre un ciervo del mismo nombre, que atraviesa todo tipo de peripecias en el bosque, huyendo de un cazador que hará lo imposible por encontrarlo.
Las adaptaciones enfocan la historia desde el lado del animal, inocente y bueno, que se refleja perseguido por una fuerza malvada, y por supuesto, humana.
En esta foto, sale Walt Disney dibujando al icónico personaje:
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