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Ejercer el rol de un árbitro es complicado, pues te pone como el villano de la historia. Sin embargo, para muchos otros, es una de las profesiones más hermosa. Ese es el caso de Elmer Bonilla, el salvadoreño que se consagró impartiendo justicia dentro del campo.
En una entrevista para «Viva la Mañana», Bonilla habló sobre su incursión en este mundo.
Talento nato
«De niño me llevaron a ver un partido de fútbol, pero lo primero que hice fue fijarme en el desempeño del árbitro», indicó.
Cuando se reunía con amigos para pegarle al balón, su elección nunca fue ponerse de portero o delantero. «En la calle agarraba un silbato de sorpresa y con dos tarjetas de cartulina, amarilla y roja, me ponía de árbitro a los 11 o 12 años», señaló.
Sin embargo, el momento que hizo clic fue cuando el profesor de Ciencias Físicas en Bachillerato lo invitó a un curso de arbitraje.
«Allí me dieron la oportunidad de arbitrar un partido amistoso. Me dieron 25 colones, como 10 dólares en la actualidad, y dije ‘me gustaría dedicarme a esto'», puntualizó.
Bonilla dictaminó que dedicarse de lleno como colegiado requiere tener «un deseo» porque no existen «procesos formales».
«Uno tiene que preguntar y esperar a que alguna filial de un curso porque no están sistematizados. Luego esperar si se fijan en tu actividad y así sucesivamente ir creciendo. En un inicio tiene que haber un esfuerzo, a pesar de ya recibir algunos ingresos significativos», aseveró.
Difícil de arbitrar
De igual manera, Elmer Bonilla comentó que durante toda su carrera se encontró con jugadores complicados por sus mañas.
«El uruguayo Paolo Suárez y el argentino Alejandro Bentos eran muy apasionados en la práctica del deporte. Además, tenían mucha habilidad, se entregaban, protestaban, simulaba… Eran un reto para dirigir», mencionó.
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